Discriminación a la alza: por qué el discurso de odio no es una opinión (ni libertad de expresión)

“Para mi mucha y muy profunda tristeza, sí siento que hoy, en esta última semana de 2021, el mundo es menos generoso con las personas trans de lo que era hace cinco años”. Las palabras de la académica mexicana Siobhan Guerrero atraviesan con un filo casi palpable a quienes, habituadas a escucharla cada semana en su canal de YouTube, se despiden de ella, pues ante una escalada de agresiones hechas por grupos transodiantes decidió dejar las redes sociales desde las que construyó una amplia comunidad.
No es la única persona que siente y vive esa polarización, esa desesperanza.
En los últimos años, los discursos discriminatorios han escalado en intensidad y agresiones y se han tornado en discurso de odio que despojan a comunidades -como las personas trans- de espacios, de seguridad y, muchas veces, de su vida.
Ya sea como grupos organizados que dispersan insultos, desinformación, amenazas y agresiones; o como legisladores que repiten sin cansancio monólogos que deshumanizan a las personas trans, la violencia sistemática se ha potenciado bajo el argumento de “ser una opinión”.
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“Eso es lo que hacen los discursos de odio: establecer que las palabras tengan una marca en las trayectorias de vida que están señalando y que las posicionan como «vidas de menor valía» que causan amenaza”, explica la doctora en Estudios Sociales, Ericka López Sánchez.
¿Amenaza a qué? Puede ser, explica la investigadora, a una clase social, a la armonía de su orden y moral establecidas, a certezas biologicistas, a términos de raza.
En pocas palabras: son pánicos morales que buscan segregar y excluir.
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¿Discurso de odio o discurso discriminatorio?
Para encancharnos en el tema, habría que entender las diferencias entre discursos discriminatorios y los de odio.
Ninguno de los dos es “más inocuo”, sino que unos abonan y validan a los otros.
Geraldina González de la Vega, presidenta del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la CDMX (Copred), explica que los discursos discriminatorios son aquellos que, fundamentándose en prejuicos, difaman y denostan a poblaciones específicas y, a partir de estos señalamientos buscan negarles acceso a derechos y presionan a su exclusión social.
Mientras que el discurso de odio incitan a la violencia directa y efectiva contra esos grupos y sí están sancionados penalmente, dice Geraldina.
“Unos abonan a otros, unos validan a otros. Los discursos discriminatorios validan las prácticas más graves”, dice la presidenta de Copred.
Palabras (y acciones) que arrebatan espacios ganados
Irene Valdivia dejó la universidad. Los ataques, la difamación y la abierta persecución de un grupo de mujeres transexcluyentes (TERFs) la expulsó de su espacio escolar.
Hoy es defensora de derechos humanos y, además de ser trabajadora sexual, coordina y colabora en grupos de acompañamiento de mujeres trans a través de la Red Michoacana de Personas Trans y Mujeres Trans Valladolid.
“En grupos de facultades, como Políticas o Letras en la UNAM, hay grupos de WhatsApp de mujeres (cis) donde se avisan que alguna mujer trans va al baño para ir a atacarla, hostigarla y sacarla de ahí”, relata Irene en entrevista. Esto, explica, es una organización explícita para arrojar a las personas trans fuera de las escuelas.
“Hoy hay una amenaza a la permanencia de personas trans en espacios escolares cuando hubo todo un esfuerzo detrás para poder acceder a estos”, dice.
Así como la investigadora de la UNAM Siobhan Guerrero lo señaló en el mensaje de despedida de sus redes sociales, Irene destaca que en los últimos años ha escalado el nivel de agresión en contra de las personas trans.
“Todavía hace unos cinco o siete años teníamos a las primeras generaciones de personas trans ingresando a universidades. Ahora esa permanencia se ve amenazada”, dice la activista.
Discurso de odio ≠ opinión
Uno de los argumentos más socorridos para esparcir discursos discriminatorios y discursos de odio por aquí, allá y acullá es que “son opiniones” y, al “ser opiniones”, tendrían que ser escuchadas y respetadas.
El problema, explica la abogada Marisol Aguilar, coordinadora de Programas de la organización Racismo MX, es que forman parte de un sistema de opresión.
Es decir, “esas ‘opiniones’ alimentan, enraizan y hacen más fuertes estereotipos, prejuicios y otras formas de discriminación que la sociedad ha utilizado contra ciertos grupos de personas que son históricamente discriminados”.
Respecto a esto, Irene Valdivia es muy puntual: el discurso de odio conlleva una intención política detrás de lo que se nombra.
“A lo que comunico le doy una posición desde un lugar de poder e influencia y eso puede provocar que lo que digo tenga mucha más difusión e, incluso, un impacto material”.
Bueno, bueno… pero hay “libertad de expresión”, ¿no?
“El problema es que esa ‘opinión’ no se sustenta en un Estado democrático”, dice Geraldina González, de Copred.
Vámonos por partes.
Sí, la libertad de expresión es un pilar de la democracia y es fundamental. Sin embargo, los pilares o cimientos de este sistema están en el respeto a la dignidad y los derechos de las personas. “La democracia está sustentada y sostenida por el principio de igualdad y no discriminación, entre otros, y si cortamos esa patita de la mesa, perdemos estabilidad”.
Sobre esto, Ericka López Sánchez, quien además es profesora e investigadora en el departamento de Estudios Políticos y de Gobierno de la Universidad de Guanajuato, explica muy claramente cuáles son los límites de la libertad de expresión.
“Aquí es muy fácil: la libertad de expresión es un derecho civil que nace con la Ilustración, es un principio liberal, y hay una máxima del Liberalismo que es: el ‘respeto al derecho ajeno es la paz’. Y, desde esta narrativa, hay un candado semántico a la libertad de expresión: tengo derecho a decir lo que yo pienso mientras no esté afectando a terceras personas”, dice.
Pero… ¿qué se hace ante esos discursos de odio? ¿Se les ignora?
“Decir es hacer”, parafrasea Ericka López. Y tiene un punto.
Los discursos de odio que hemos atestiguado en las últimas semanas están colocados no solo en medios de comunicación y programas “de diversión” en la televisión, están también en lugares públicos y con poder como el Congreso de la Unión o en Congresos locales.
Pero entonces, ¿hay que cerrarles los espacios y micrófonos a estos alegatos que promueven desigualdad? Sí, “porque son discursos de odio que promueven las prácticas de agresión y ya sabemos a dónde llegan los discursos de odio”, explica la académica. “Antes de llegar a los campos de concentración, Hitler tuvo los micrófonos abiertos para promover la segregación de espacios, quitar derechos y vida digna a las personas”.
Sin irnos más lejos: Irene Valdivia ha vivido abiertamente la persecución.
“Durante años las personas trans estuvimos denunciando que esto venía e incluso denunciando que no solo a personas trans, sino que tocará a distintas poblaciones y hemos visto cómo este discurso ha evolucionado”, dice.
Se refiere a ciertos sectores de feministas radicales y TERFs que se pronuncian incluso contra mujeres bisexuales, heterosexuales y, recientemente, “también contra mujeres que no han ejercido la maternidad y hay discursos abiertamente racistas contra personas indígenas o negras que articulan diferente sus movimientos políticos”, dice Irene.
Y en este sentido, con grupos articulados y organizados que, a través de sus discursos diseminan estas ideas de quitar derechos a personas trans, arrebatándoles -a través de prácticas coercitivas como las que denuncia Irene- el acceso a la educación, expulsándolas de espacios laborales y criminalizando los pocos espacios a los que pueden acceder, entonces.. ¿quién borra a quién?