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La representación del sexo en el cine y la televisión


¿A quién no le ha sucedido que estaba muy tranquilo mirando una serie o una película y justo cuando la pantalla empezaba a calentarse alguien entró a la habitación, avergonzándonos y forzándonos a dar explicaciones acerca de lo que está sucediendo en la pantalla? Sin embargo, aunque esta parece una escena cotidiana, que el sexo aparezca en pantalla justo en los momentos menos esperados o más incómodos, no es algo que haya sucedido siempre.

Lo cierto es que el sexo, como tal, esa parte tan importante de nuestra experiencia humana, no siempre tuvo un lugar en el cine y la televisión. Considerado por muchos un tabú (de ahí la incomodidad que nos genera cuando tenemos que explicarle a alguien lo que estamos viendo), el sexo, en todas sus formas, colores y sabores, tuvo que dar pelea para poder aparecer en la industria audiovisual e incluso hoy día los debates al respecto continúan: ¿Hay mucho sexo en pantalla? ¿Qué tipo de sexo podemos representar? ¿Es necesario incluirlo en nuestras historias?

El sexo, en el cine, comenzó de a poco. Si no nos enfocamos en lo que se ha considerado “pornográfico” (para eso pueden revisar nuestro especial al respecto), en los comienzos de la industria cinematográfica la sexualidad no tenía casi ningún espacio para mostrarse. Allá por los albores del cine el sexo era una mera sugerencia: miradas, connotaciones, toda clase de recursos que decían de manera implícita lo que no se podía de manera explícita.

Por ejemplo, hace poco, en otro de nuestros especiales, hablamos de que los comienzos del cine de terror están ligados a la película de F. W. Murnau, Nosferatu. Estrenada en 1922, esta película que cuenta una reversión de la historia de Drácula también tiene sus implicancias sexuales. Y claro, pensándolo desde la actualidad, con el vampirismo tan relacionado con la sensualidad, no sorprende, pero en aquella época solo se podía sugerir que ese vampiro altísimo, el Conde Orlok buscaba alimentarse de algo más que sangre cuando visitaba a la inocente Ellen. Las miradas, los planos elegidos, el escenario incluso (no por nada la entrega de Ellen sucede en su habitación), todo se conjugaba para mostrar una sexualidad latente, pero nunca explícita.

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Para cuando Hollywood se metió en el juego del cine, aquello que era tabú fue todavía peor. En los años 30 surgió lo que se llamó el Código Hays, un conjunto de normas y directrices que los estudios cinematográficos debían seguir con sus producciones para no violentar la moralidad de sus espectadores. Por supuesto, dentro del Código Hays, no solo se obligaba a los estudios a controlar las imágenes violentas, el lenguaje profano y a ser respetuosos con las instituciones (en particular las religiosas), sino que también se puso un límite al sexo: nada de besos apasionados, nada de amoríos que no terminaran en matrimonio y nada de homosexuales.

Aunque suene ridículo hoy en día, el Código Hays se mantuvo unas cuantas décadas rigiendo las producciones de películas. Tendrían que llegar los años 60, con su rock and roll, sus hippies y sus ansias de libertades para que el yugo del Código Hays se levantara. El mundo estaba listo para ver más en pantalla.

Así, comenzaron a aparecer producciones que se animaban a más, como por ejemplo Bonnie and Clyde, de Arthur Penn, que inauguró lo que luego se llamó el Nuevo Hollywood: películas que rompían con los tabús de las décadas anteriores.

En Bonnie and Clyde, además de contar la historia de estos criminales estadounidenses, la sexualidad de los personajes comenzaba a aparecer en pantalla, mostrando a Clyde como un impotente (aunque, según cuentan los rumores, en un principio la idea original era mostrarlo como bisexual).

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Sin embargo, la liberación sexual no fue gratuita. Explorar los límites siempre trae problemas, y uno de ellos tiene que ver con el consentimiento. Una de las películas que marcó la historia de la sexualidad en el cine es, sin duda, El último tango en París, de Bernardo Bertolucci. Estrenada en 1972 cuenta la historia de un hombre, interpretado por Marlon Brando, que se ha quedado viudo. Casualmente conoce a una mujer mucho más joven, interpretada por Maria Schneider, con la que, para aplacar su soledad, comienza una relación pura y exclusivamente sexual, con tintes bastante violentos.

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El filme no solo fue controvertido por su alto contenido sexual (se iniciaron procesos judiciales contra director, guionistas y actores), sino que además terminó quedando manchado en la historia por las declaraciones que Schneider hizo tiempo después. En el filme, su personaje es violado por el de Marlon Brando, pero dicha escena no estaba en el guion. A la actriz, que en ese momento tenía unos jovencísimos 19 años, le anunciaron en el set lo que debía representar, dándole poco espacio de reacción y abusando del poder que tipos más experimentados como Brando y Bertolucci tenían.

En retrospectiva, y a la luz de movimientos como el #MeToo, nos damos cuenta de que los problemas del abuso de poder y el consentimiento en Hollywood, ese constante borrar las líneas entre lo real y lo ficcional, viene desde hace mucho tiempo atrás.

En los 80, esta nueva industria audiovisual sexualizada y liberada tuvo que enfrentarse a un nuevo problema: la aparición del VIH y el SIDA. La epidemia llevó a que el sexo de nuevo tuviera que repensarse una vez más, siento esta problemática incluida dentro de las historias que se contaban.

En 1986, por ejemplo, se estrenó el filme independiente Parting Glances, donde se retrataba la vida de unos amigos en Nueva York. Uno de ellos, interpretado nada más y nada menos que por Steve Buscemi, era VIH positivo. Esto llevó a que dentro de la película se hiciera énfasis en la importancia del sexo seguro.

En televisión el VIH también comenzó a aparecer: en series médicas como St. Elsewhere la pandemia golpeaba a la puerta de los doctores, que debían enfrentarse con la novedad y hablar acerca de los cuidados, dificultades y orígenes de la enfermedad.

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https://www.youtube.com/watch?v=bfMuCsgZjSI&pp=ygUecGFydGluZyBnbGFuY2VzICgxOTg2KSB0cmFpbGVy

Por supuesto, cuanto más nos acercamos a la actualidad y con la aparición primero de la televisión por cable y del streaming luego, las producciones comenzaron a valerse por sus propias reglas. Códigos de moralidad como el Código Hays ya no fueron viables: hoy en día, tanto en el cine como en la televisión el sexo es un tema de conversación casi obligatorio. Tanto así que, en algunas producciones, es el tema central: basta ver películas como Nymphomaniac, de Lars Von Trier, Don Jon, de Joseph Gordon-Levitt o Love, de Gaspar Noé para darse cuenta.

El sexo se ha liberado tanto en las pantallas que hemos llegado a preguntarnos si suma algo a la historia. En series de televisión, a veces, el sexo añade un costado edgy que a muchos directores parece gustarles, genera polémica, conversaciones, etc. Por ejemplo, en producciones de fantasía como Game of Thrones, o incluso la más reciente The Wheel of Time, la sexualidad de los personajes no es el centro de la historia, pero aparece repetidas veces, episodio tras episodio, con más o menos desnudos, transformando lo que sería una mera historia de magia y fantasy en una producción apta solo para mayores.

Así y todo, aunque a veces las escenas de sexo me aburran por su falta de aporte a la trama, creo que la inclusión de esta parte de nuestra humanidad es importante. Como también creo importante continuar saldando deudas referidas a la sexualidad y la inclusión: debemos dejar de pensar en el sexo en pantalla como algo heteronormativo y machista. Las producciones, le pese a quien le pese, tienen que comenzar a hablar de otro tipo de sexo: el sexo homosexual, el sexo desde una mirada femenina, la asexualidad, etc. Por suerte, hemos empezado a recorrer este camino: series como Sex Education, de netflix, son faros que iluminan y marcan el paso para todos.

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